Las lágrimas pueden tardar

El aterrizaje fue distinto a todos los que habían hecho. Nunca habían visto, tampoco, un planeta tan extraño como aquél: mares salvajes, llanuras con cicatrices, ciudades llenas de escombros. Parecía totalmente devastado por alguna destrucción nuclear.

Estos seres extraños de rostros con escamas verdes y pequeñas colas sentían gran curiosidad por explorar este lugar peculiar en donde el hombre había vivido una vez… hasta que su nave espacial explotó y quedaron encallados sin medio de supervivencia ni esperanza de rescate.

A menos que su sumo sacerdote, el Ama del Keelong, orase a ese alto poder contra el que se habían rebelado. Pues era una misión espiritual… y los alcoranos habían errado su camino…