¡Adiós, Preciosa!

Sacudí lentamente la cerilla y aspiré con fruición el humo de mi cigarrillo, haciendo que penetrara en mis pulmones y dejándolo salir suavemente por la nariz. Continuaba sin ver señales de Murphy ni de nadie. Aparte de dos coches que se hallaban estacionados a corta distancia de mí, la calle estaba desierta. Continué reflexionando profundamente y me dispuse a moverme sin prisas, en la dirección a los coches. Mis suposiciones eran ciertas. Al llegar al nivel del segundo automóvil, se abrió la portezuela.—Hola —dijo una voz femenina—. Me pareció reconocerle. Aspiré de nuevo de mi cigarrillo y observé el perfil de la mujer que se había hallado en el mostrador del bar. Demostré mi sorpresa dejando caer el cigarrillo al suelo y cuando con su ayuda lo hube recogido, parecía que hacía siglos que nos conocíamos.